martes, 11 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 3. shibuya y yokohama de noche







durante el día japón es un lugar extraño pero visualmente es ordenado y normal. de noche las cosas cambian, el otro mundo se abre y comienza: se va el sol pero la noche se va llenando de luces, letreros luminosos, edificios que muestran otro rostro. resulta que japón está hecho para vivirse de día y también durante la noche. de noche las calles se llenan, los hombres de negocios comienzan a aflojar los nudos de las corbatas conforme aumenta el olor a cerveza, whiskey y sake, en la noche hay un poco menos de silencio, no ruido, eso no.

en shibuya, barrio al oeste de tokio, la noche es el aviso de que la vida comienza. la gente está en las calles, cientos van y vienen, compran, platican, están. la calle es un escaparate de rostros, de formas de vestir, formas de caminar. en shibuya está el mágico fenómeno del sukuranburu-kōsaten, es decir, del cruce peatonal multitudinario frente a la estación de trenes, por la salida de hachikō. la magia comienza cuando los autos avanzan sobre las distintas avenidas. en las esquinas van llegando poco a poco cientos y cientos de personas, todos esperan. pasa el último auto, la luz verde para los peatones se enciende y somos miles cruzando en todas direcciones, miles de personas ocupamos el cruce de las avenidas durante un minuto, se escuchan los semáforos, van indicando que el tiempo se acaba, unos corren, otros prefieren detenerse, otros tomamos fotos. pasan unos últimos y vuelven los autos. en cada una de las cinco esquinas van acumulándose japoneses y curiosos, hasta la próxima oleada de gente. cruzar ahí es casi místico y obligatorio.

en yokohama, ciudad al oeste de tokio, parte de la mancha metropolitana, la noche significa volver a casa, tomar el tren de vuelta a la ciudad, abandonar los edificios de oficinas e irse. cuando llega la noche se enciende la bahía, con su rueda de la fortuna (o noria) haciendo sus juegos de colores. aquí fue la primera vez que el grupo se separó, no se sabe aún cómo ni cuando, pero al salir de la estación y comentar sobre lo hermosa que era la vista y preguntarnos cómo llegaríamos a la noria, quedamos separados en dos. christian y mau, después de buscar y esperar un rato bajo la lluvia siguieron su camino. entraron a landmark tower y subieron al elevador más veloz del mundo. una japonesa vestida de rosa y blanco, con sombrero, nos recibió y algo nos explicó (en japonés) sobre dicho elevador, la velocidad, la altura y demás en lo que veíamos como el velocímetro cada vez iba más y más rápido. al llegar arriba: una vista increíble, la bahía, los colores de la noria. una vez arriba, sólo quedaba bajar.

en el tren de regreso a tokio, christian y mau hablaron sobre lo extraño que resulta pensar que en este mundo hay millones de personas que no conocemos ni conoceremos jamás, como esos dos viejitos frente a nosotros, que nos observaban y hablaban, quizá de nosotros, quizá del clima. En el ryokan, por suerte, todos los viajeros nos volvimos a encontrar.

de noche, otro mundo se asoma al otro mundo. y la luz es más que suficiente.

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