el tiempo en japón se tenía que terminar. los días japoneses llegaban a su fin. los últimos dos días fueron un poco de todo: visitar nagano y obuse (el museo de hokusai, donde vería la mirada de un león y varias maravillas pintadas por este señor), caminar por la estación de tokyo y los jardínes imperiales, volver a ginza y comprar los sellos que serán mis ex-libris, visitar odaiba y la vista de la bahía de tokyo, pasear por los parques de ueno, ver el museo nacional de tokyo, ver un edificio hermoso de kunio maekawa y acariciarlo (creyendo que era de le corbusier), encontrar a ehe, edur y lalo afuera de ueno, ir de compras de último minuto al sensō-ji de asakusa, conseguir algo de ropa, comer un kebbab, dejar cosas en el taito, ir a conocer el edificio del museo de edo, ir a shinjuku. no me iría de tokyo sin ir a shinjuku.
ya en shinjuku christian recordó que ahí se encontraba el ojo, escultura-pintura-instalación que se mueve y todo lo ve, aunque a ella nadie la vea, porque todos los que pasan por ahí tienen prisa o por llegar a la oficina o por llegar a casa. uno de los puntos más transitados de la ciudad y nadie lo ve aunque es más grande que uno. después de recorrer un largo puente peatonal subterráneo emergimos a shinjuku oeste, la zona de los grandes rascacielos y los corporativos. sentirse pequeño. sentirse minúsculo. las luces iluminando la noche. otra vez un edificio de kenzo tange, el ayuntamiento de tokyo, ahí, enorme y misterioso, majestuoso e imponente. de pronto el ruido de turistas caminando bajo un puente y la posibilidad de entrar y subir al mirador y ahí: tokyo de noche, todas las luces de la ciudad iluminando la última noche.
ya de nuevo en el piso, fotografías de los edificios y el cansancio enorme. entre querer irnos a descansar y no querer dejar la zona, caminamos a la zona este de la estación, cruzando al otro lado del espejo parecía que la ciudad se desbordaba de luces, gente, ruido. mau quiso un café así que entramos a un cafecito donde un jazz horrible nos acompañaba. decidimos dar una última vuelta, cansados y hambrientos, y si no encontrábamos nada volveríamos a asakusa a cenar. al dar la vuelta a una esquina, ahí estaban los amigos viajeros. encontrarnos sin buscarnos. nos quedamos juntos, lalo guió el camino y por suerte no nos perdimos horriblemente, nos contó del lugar del ramen que había visto lleno a todas horas y lo fuimos buscando y lo encontramos cuando habíamos desistido buscar/caminar más (aunque el letrero era blanco y no rosa como lalo había dicho), ahí un último ramen delicioso.
después tomar el tren, volver al ryokan. despedirse de tokyo, dejar las luces atrás, pasar por última vez por la estación de ikebukuro (por ahora, porque volveré), la última caminata por asakusa de noche, empacar. prepararse para volver.
en lo que christian terminaba de empacar sus cosas, ya de madrugada, tomé mi cuaderno y escribí este texto, el número 35 de los poemas que escribí allá:
(el espacio que
dejó mi silencio
ahora lo acariciará el viento)
28 octubre, 2008
asakusa, tokyo, japón
con estos versos terminé el viaje. era momento de volver a casa, cruzar el mar. dejar japón. una parte de mi se quedó allá. decidió volverse sombra y se pasea en la isla. a veces me visita en sueños, en olores, en texturas, en recuerdos, en versos que se hicieron allá.
esto fue japón, mi versión de allá. lo quería compartir.
ya en shinjuku christian recordó que ahí se encontraba el ojo, escultura-pintura-instalación que se mueve y todo lo ve, aunque a ella nadie la vea, porque todos los que pasan por ahí tienen prisa o por llegar a la oficina o por llegar a casa. uno de los puntos más transitados de la ciudad y nadie lo ve aunque es más grande que uno. después de recorrer un largo puente peatonal subterráneo emergimos a shinjuku oeste, la zona de los grandes rascacielos y los corporativos. sentirse pequeño. sentirse minúsculo. las luces iluminando la noche. otra vez un edificio de kenzo tange, el ayuntamiento de tokyo, ahí, enorme y misterioso, majestuoso e imponente. de pronto el ruido de turistas caminando bajo un puente y la posibilidad de entrar y subir al mirador y ahí: tokyo de noche, todas las luces de la ciudad iluminando la última noche.
ya de nuevo en el piso, fotografías de los edificios y el cansancio enorme. entre querer irnos a descansar y no querer dejar la zona, caminamos a la zona este de la estación, cruzando al otro lado del espejo parecía que la ciudad se desbordaba de luces, gente, ruido. mau quiso un café así que entramos a un cafecito donde un jazz horrible nos acompañaba. decidimos dar una última vuelta, cansados y hambrientos, y si no encontrábamos nada volveríamos a asakusa a cenar. al dar la vuelta a una esquina, ahí estaban los amigos viajeros. encontrarnos sin buscarnos. nos quedamos juntos, lalo guió el camino y por suerte no nos perdimos horriblemente, nos contó del lugar del ramen que había visto lleno a todas horas y lo fuimos buscando y lo encontramos cuando habíamos desistido buscar/caminar más (aunque el letrero era blanco y no rosa como lalo había dicho), ahí un último ramen delicioso.
después tomar el tren, volver al ryokan. despedirse de tokyo, dejar las luces atrás, pasar por última vez por la estación de ikebukuro (por ahora, porque volveré), la última caminata por asakusa de noche, empacar. prepararse para volver.
en lo que christian terminaba de empacar sus cosas, ya de madrugada, tomé mi cuaderno y escribí este texto, el número 35 de los poemas que escribí allá:
(el espacio que
dejó mi silencio
ahora lo acariciará el viento)
28 octubre, 2008
asakusa, tokyo, japón
con estos versos terminé el viaje. era momento de volver a casa, cruzar el mar. dejar japón. una parte de mi se quedó allá. decidió volverse sombra y se pasea en la isla. a veces me visita en sueños, en olores, en texturas, en recuerdos, en versos que se hicieron allá.
esto fue japón, mi versión de allá. lo quería compartir.