lunes, 24 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 17. ramen







conocer un lugar. vivirlo. beberlo. comerlo.

uno de los propósitos de ir a japón sería comer tallarines, ya fuera en una barra o de pie, repetir las imágenes de varias películas acumuladas, jugar a ser biscus un rato. cuando salimos rumbo a japón y cuando comí el primer plato de ramen no sabía la relación amorosa que comenzaba.

resultó pues que mau se enamoró de los tallarines, ramen, noodles, udon. deliciosa pasta recién hecha en agua realmente hirviendo, caldo mágico de enormes calderos, algo de carne de cerdo cruda o huevo crudo cociéndose al instante. olor maravilloso, panza llena, corazón contento.

el primer ramen fue la noche que llegamos, en asakusa, en un local y en la barra (donde volví a comer otro plato la noche de harajuku, escuchando las aventuras de lalo); en osaka comí los fideos udon de pie en un local donde sólo se hablaba japonés y también los ramen picantes la noche que despedimos a la yuyis; también hubo otro ramen, no tan rico, cerca de la estación de ueno, con pedazos de bambú, casi al final del viaje y con mucha tristeza en su aroma; lo último que comí en japón fue el ramen en narita bajo el sol.

en fukuoka comí los más deliciosos yaki-ramen en un yatai en la calle junto al río. tristemente, de éstos ramen al estilo hakata sólo queda el recuerdo en mi memoria ya que las fotografías salieron malas y obscuras. pero fue el plato más rico y más disfrutado de todos, la noche, el canto hipnótico del vendedor de ramen (do dó), el río, la cerveza, la maravilla de estar en fukuoka (además de fue el único ramen que pude sorber, pero fui reprimido por chirstian en mi gesto très japonais con un violento “¿es necesario que hagas eso?” ja ja ja ja).

pero hubo otros tres amores de estómago: el ramen de yokohama, con su flor de materia extraña decorando, su caldo espeso, su carne mucha y deliciosa, su olor, los japoneses que llegaban a ese mismo local en el museo del ramen y que comían y sorbían felices, los seis estudiantes que llegaron a comer junto a nosotros y que hacían sonidos indescriptibles, el calor de ese ramen me acompañaría bajo la lluvia. el ramen de kyoto, del primer día ahí, cuando el hambre era enorme y el plato fue más enorme aún, con mucha carne y cebollino, con un plato de arroz para acompañar y unas ollas maravillosas llenas de caldo (que edurne y mau veían con tristeza como el cocinero (quien parecía contento por haber ganado en una carrera de caballos) tiraba el caldo viejo al piso del restaurante). el ramen de shinjuku, la última noche, tras buscar y buscar, tras caminar todo el día, encontrar a los amigos en plena calle de shinjuku sin buscarlos, el ramen delicioso con su huevo y su carne, el cocinero que grabó lalo en video y que ehékatl capturó con su cámara y al que le regalaron objetos en agradecimiento a la delicia que había preparado.

en fin, si comí sushi y otras cosas japonesas (¡okonomiyaki! ¡takoyaki! ¡botanas sorpresa!), pero realmente mi estómago se paseó feliz por esos fideos, una y otra vez. mi juego de pretender ser el mago biscus me sobrepasó.

1 comentario:

malusa dijo...

Esta comida no se si ve interesante o impresionante, supoongo que de pronto era deliciosa y de pornto hggg.