lunes, 24 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 18. última noche







el tiempo en japón se tenía que terminar. los días japoneses llegaban a su fin. los últimos dos días fueron un poco de todo: visitar nagano y obuse (el museo de hokusai, donde vería la mirada de un león y varias maravillas pintadas por este señor), caminar por la estación de tokyo y los jardínes imperiales, volver a ginza y comprar los sellos que serán mis ex-libris, visitar odaiba y la vista de la bahía de tokyo, pasear por los parques de ueno, ver el museo nacional de tokyo, ver un edificio hermoso de kunio maekawa y acariciarlo (creyendo que era de le corbusier), encontrar a ehe, edur y lalo afuera de ueno, ir de compras de último minuto al sensō-ji de asakusa, conseguir algo de ropa, comer un kebbab, dejar cosas en el taito, ir a conocer el edificio del museo de edo, ir a shinjuku. no me iría de tokyo sin ir a shinjuku.

ya en shinjuku christian recordó que ahí se encontraba el ojo, escultura-pintura-instalación que se mueve y todo lo ve, aunque a ella nadie la vea, porque todos los que pasan por ahí tienen prisa o por llegar a la oficina o por llegar a casa. uno de los puntos más transitados de la ciudad y nadie lo ve aunque es más grande que uno. después de recorrer un largo puente peatonal subterráneo emergimos a shinjuku oeste, la zona de los grandes rascacielos y los corporativos. sentirse pequeño. sentirse minúsculo. las luces iluminando la noche. otra vez un edificio de kenzo tange, el ayuntamiento de tokyo, ahí, enorme y misterioso, majestuoso e imponente. de pronto el ruido de turistas caminando bajo un puente y la posibilidad de entrar y subir al mirador y ahí: tokyo de noche, todas las luces de la ciudad iluminando la última noche.

ya de nuevo en el piso, fotografías de los edificios y el cansancio enorme. entre querer irnos a descansar y no querer dejar la zona, caminamos a la zona este de la estación, cruzando al otro lado del espejo parecía que la ciudad se desbordaba de luces, gente, ruido. mau quiso un café así que entramos a un cafecito donde un jazz horrible nos acompañaba. decidimos dar una última vuelta, cansados y hambrientos, y si no encontrábamos nada volveríamos a asakusa a cenar. al dar la vuelta a una esquina, ahí estaban los amigos viajeros. encontrarnos sin buscarnos. nos quedamos juntos, lalo guió el camino y por suerte no nos perdimos horriblemente, nos contó del lugar del ramen que había visto lleno a todas horas y lo fuimos buscando y lo encontramos cuando habíamos desistido buscar/caminar más (aunque el letrero era blanco y no rosa como lalo había dicho), ahí un último ramen delicioso.

después tomar el tren, volver al ryokan. despedirse de tokyo, dejar las luces atrás, pasar por última vez por la estación de ikebukuro (por ahora, porque volveré), la última caminata por asakusa de noche, empacar. prepararse para volver.

en lo que christian terminaba de empacar sus cosas, ya de madrugada, tomé mi cuaderno y escribí este texto, el número 35 de los poemas que escribí allá:

(el espacio que
dejó mi silencio
ahora lo acariciará el viento)

28 octubre, 2008
asakusa, tokyo, japón


con estos versos terminé el viaje. era momento de volver a casa, cruzar el mar. dejar japón. una parte de mi se quedó allá. decidió volverse sombra y se pasea en la isla. a veces me visita en sueños, en olores, en texturas, en recuerdos, en versos que se hicieron allá.

esto fue japón, mi versión de allá. lo quería compartir.

relatos japoneses, 17. ramen







conocer un lugar. vivirlo. beberlo. comerlo.

uno de los propósitos de ir a japón sería comer tallarines, ya fuera en una barra o de pie, repetir las imágenes de varias películas acumuladas, jugar a ser biscus un rato. cuando salimos rumbo a japón y cuando comí el primer plato de ramen no sabía la relación amorosa que comenzaba.

resultó pues que mau se enamoró de los tallarines, ramen, noodles, udon. deliciosa pasta recién hecha en agua realmente hirviendo, caldo mágico de enormes calderos, algo de carne de cerdo cruda o huevo crudo cociéndose al instante. olor maravilloso, panza llena, corazón contento.

el primer ramen fue la noche que llegamos, en asakusa, en un local y en la barra (donde volví a comer otro plato la noche de harajuku, escuchando las aventuras de lalo); en osaka comí los fideos udon de pie en un local donde sólo se hablaba japonés y también los ramen picantes la noche que despedimos a la yuyis; también hubo otro ramen, no tan rico, cerca de la estación de ueno, con pedazos de bambú, casi al final del viaje y con mucha tristeza en su aroma; lo último que comí en japón fue el ramen en narita bajo el sol.

en fukuoka comí los más deliciosos yaki-ramen en un yatai en la calle junto al río. tristemente, de éstos ramen al estilo hakata sólo queda el recuerdo en mi memoria ya que las fotografías salieron malas y obscuras. pero fue el plato más rico y más disfrutado de todos, la noche, el canto hipnótico del vendedor de ramen (do dó), el río, la cerveza, la maravilla de estar en fukuoka (además de fue el único ramen que pude sorber, pero fui reprimido por chirstian en mi gesto très japonais con un violento “¿es necesario que hagas eso?” ja ja ja ja).

pero hubo otros tres amores de estómago: el ramen de yokohama, con su flor de materia extraña decorando, su caldo espeso, su carne mucha y deliciosa, su olor, los japoneses que llegaban a ese mismo local en el museo del ramen y que comían y sorbían felices, los seis estudiantes que llegaron a comer junto a nosotros y que hacían sonidos indescriptibles, el calor de ese ramen me acompañaría bajo la lluvia. el ramen de kyoto, del primer día ahí, cuando el hambre era enorme y el plato fue más enorme aún, con mucha carne y cebollino, con un plato de arroz para acompañar y unas ollas maravillosas llenas de caldo (que edurne y mau veían con tristeza como el cocinero (quien parecía contento por haber ganado en una carrera de caballos) tiraba el caldo viejo al piso del restaurante). el ramen de shinjuku, la última noche, tras buscar y buscar, tras caminar todo el día, encontrar a los amigos en plena calle de shinjuku sin buscarlos, el ramen delicioso con su huevo y su carne, el cocinero que grabó lalo en video y que ehékatl capturó con su cámara y al que le regalaron objetos en agradecimiento a la delicia que había preparado.

en fin, si comí sushi y otras cosas japonesas (¡okonomiyaki! ¡takoyaki! ¡botanas sorpresa!), pero realmente mi estómago se paseó feliz por esos fideos, una y otra vez. mi juego de pretender ser el mago biscus me sobrepasó.

viernes, 21 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 16. imágenes de tokyo







tokyo es una ciudad extraña, es ajena y propia a la vez, antigua y moderna, es un poco esquizofrénica, caótica, ordenada, calmada y estresada. luminosa y bella, discreta y ruidosa. tokyo es una marea incansable de multitudes que van, de japoneses que son y pertenecen a esa ciudad, que fotografían a los turistas, que casi no hacen ruido, japoneses que nunca te tocarán. tokyo es una ciudad enorme, repleta de gente y cosas que ver, es una ciudad para vivirla de noche o de día, en cualquier zona, en cualquier barrio. cada calle es una sorpresa. hay barrios donde las sorpresas se dan frente a la maravilla de una ciudad muy antigua, hay otros barrios donde las sorpresas son frente a la modernidad. tokyo no tiene un centro como tal, pero si tiene varios núcleos urbanos: shibuya, ueno, asakusa, akihabara, odaiba, ginza, shinjuku. y muchos más seguramente, porque a mi modo de ver no conocí tokyo.

me quedo con imágenes de tokyo. su museo nacional, edificio maravilloso, con la mejor museografía que he visto jamás y con una colección fantástica; miles de hombres con traje, corbata y miradas vacías caminando rumbo a la estación cerca del museo de edo mientras a su lado un mural anuncia la libertad; letreros luminosos por doquier; los trenes que van y vienen repletos de gente; los restaurantes y su comida de plástico; los vendedores de fruta en la calle y sus mandarinas cuadradas (que según dicen sabían a pera); la noria de odaiba y la línea del monorriel que representa el mayor logro urbanístico que jamás haya conocido (una línea de transporte masivo que su función es transportar miles de personas a los corporativos pero que en su forma ofrece un recorrido visual por la bahía de tokyo, con un sentido claro de disfrute visual); el sonido de los grillos cerca de la torre de tokyo; un edificio junto al río que juega con la luz; árboles; pequeñas plazas en los edificios; la minúscula presencia del ser humano bajo los rascacielos de shinjuku; tokyo de noche brillando desde lo alto.

no conocí tokyo, así que habrá que volver y conocerlo a fondo, pero me quedo con muchas y muchas imágenes del lugar.

volveré a odaiba también, para vivirlo de otra forma.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 15. harajuku o árbol en el bosque







bien dicen que lo mejor para encontrar algo es no buscarlo. fue muy extraño, durante dos días seguidos (todo el trayecto de kyoto, himeji, hiroshima y miyajima), en lugares pequeños, los cinco viajeros no se encontraron. pero de pronto, en tokyo, en pleno domingo lleno de gente en la calle, en el barrio de harajuku, miles de japoneses y miles de turistas, mau y christian llegando desde fukuoka queriendo visitar los estadios olímpicos, lalo, edurne y ehe yendo de compras… y nos encontramos. ahí, en plena multitud, en pleno tokyo. según el señor del bar, el barrio para encontrar a los cosplay era en akihabara. pero por alguna razón, ahí estábamos los cinco. así que mau dijo “esto es mejor que encontrar un árbol en el bosque” y tomó una foto.

los viajeros se separaron otra vez y viendo las formas maravillosas de los estadios de tange, de pronto mau y christian descubren que uno de ellos está abierto, y que desde dentro suena una música enorme. y si, una orquesta enorme, enorme. cientos de japoneses tocando y la felicidad en el aire.

después, mirando a las y los cosplay que no buscábamos tampoco en esas calles, en ese barrio, christian fue tomándose fotos con ellas mientras mau enfocaba y decía “no tocar”.

después, caminando y caminando, con los pies cansados, mau encontraría una sudadera que había buscado en otra zona de la ciudad. otra vez, encontrar sin buscar. christian encontraría un pastel en shibuya, y nos despediríamos de esas luces y esas calles. después, estaríamos llegando al taito y ahí, encontraríamos a otros dos mexicanos.

un extraño domingo de coincidencias. esa es la magia de tokyo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 14. tren a tokyo







esta fue una especie de pausa. el tren salió desde la estación de hakata, rumbo al este. la estación final sería shin-osaka. eran las 8:04 a.m.

el tren hikari avanza y avanza, la vista es fantástica: pequeños pueblos rodeados de montañas, templos, grandes edificios, grandes ciudades, puentes, túneles, campos, niebla. volvemos sobre la misma ruta, pasamos hiroshima, himeji, kobe. a las 10:44 llegamos a shin-osaka.

nos da tiempo suficiente para encontrar el nuevo andén, comprar un bentō de cerdo y arroz, una coca-cola y un café. a las 11:13 a.m., un nuevo hikari nos lleva ahora sí rumbo a tokyo.

avanzamos. volvemos a kyoto por unos minutos. la torre de kyoto, la estación y la pagoda del templo toji nos saludan.

del lado izquierdo del tren se el océano pacífico. del lado derecho, montañas y niebla. cuando comemos se aparece ahí, muy cerquita, el monte fuji. dudamos si es o no por unos instantes. volvemos sobre nuestros pasos: maibara, nagoya, shin-yokohama. tokyo.

son las 2:10 p.m., bajamos del tren. recorrimos medio país, poco más de mil kilómetros en 6 horas y 6 minutos. los pies agradecen el tiempo sin caminar.

relatos japoneses, 13. otra isla, y ahí, fukuoka







el tren nos lleva hasta la estación de hakata, en la isla de kyushu. aquí termina la línea de shinkansen y es lo más al oeste y al sur que llegaremos en japón. es muy temprano, mau y christian están en la ciudad de fukuoka.

dejamos el equipaje en la estación de trenes para movernos con más facilidad, y a unos pasos de la estación encontramos un hotel cápsula, el “hotel cabinas”. ahí dormiremos, pero hasta la noche será que nos divertiremos mucho que lo irreal del lugar.

llegamos al museo de arte asiático. christian lo describe muy bien: era como estar en una habitación y ver que había una puerta entreabierta llena de luz, ahí mau y christian se asomaron y descubrirían asia. en el museo muchas pinturas, alguna instalación, alguna escultura. autores y obras que nunca habíamos escuchado nombrar. obras que nos sorprenden, que nos maravillan. hay un mundo enorme que no conocemos y nos quedamos un poco inquietos, ya volveremos a asia.

visitamos el primer templo zen del japón, shofuku-ji, que está en ese lugar desde casi mil años. caminan un poco sin rumbo y encuentran el santuario kushida y una de las carrozas del yamagasa matsuri donde los hombres del barrio corren cargando estas carrozas, orgullosos de su histórica, su idioma (que no es japonés) y su cultura. caminan y caminan, encuentran un centro pokemón y una tienda de personajes de hayao miyasaki, una tienda enorme de ultra-man, ven unas cosplay, las primeras del viaje.

la luz comienza a irse, el frío aumenta. se detienen a ver como las luces comienzan a reflejarse en el río naka. esta imagen la han estado buscando, este lugar lo habían estado buscando y por fin están ahí, sólo hace falta un poco más de noche. caminan otro rato. edificios increíbles, templos, modernidad, y vemos un primer yatai (o puesto de comida callejero). volvemos al río y la vista es perfecta. el aire es perfecto. estamos en fukuoka y valió la pena. las luces se reflejan en el río, y por curiosidad, deciden caminar junto al río. encontramos varios yatai, uno tras otro, nos detenemos en un puesto de tallarines de hakata, no entendemos lo que dice el vendedor pero la melodía es hipnótica “yaki ramen, maki ramen, dó dó”, esto se repite y se repite. bebemos cerveza. observamos la vida. los mejores ramen del viaje serían estos. el caldo perfecto, la carne de cerdo, las verduras, la calle, el río, la gente. nos rodean muchos japoneses. en nuestro yatai somos los únicos extranjeros. panza llena, corazón contento.

caminamos otro rato, exhaustos y con los pies deshechos. llegamos afuera del “hotel cabinas” y bebemos un té. para estar dentro del hotel, hay que quitarse los zapatos, dejarlos en un locker y pasar descalzos a la recepción donde, a cambio de la llave para los zapatos, te entregan la llave del locker del segundo piso. en el segundo piso, hay que dejar todo lo que trae uno del mundo exterior: mochila, calcetines, cámara, ropa. uno se pone una pijama de colores raros, talla estándar para grandes y pequeños. todos en el hotel cabinas estamos vestidos así, parecemos escuela, orfanato o loquero. en cada uno de los pisos, del 3 hasta el 9 hay 100 cápsulas, es decir, hay 700 hombres en pijama de colores raros (inevitable pensar en “rayuela”), de los cuales parece que hay 698 japoneses y 2 extranjeros. en el séptimo piso están nuestras cápsulas. en el décimo piso un restaurante 24 horas repleto de hombres en pijamas de colores raros. a la mañana siguiente, descubrimos el piso 11, el baño: regaderas, saunas, onsen de distintas temperaturas, en la azotea, un onsen al aire libre. eso sí, el pudor se queda en la puerta, en este piso todos van desnudos, a donde fueres has lo que vieres. el baño delicioso. dejamos el hotel cabinas, previa compra de boxers en máquina dispensadora y previo intercambio de llaves para recuperar los zapatos.

llegamos a tiempo a la estación de trenes, vamos rumbo al este, de regreso a tokyo. fukuoka, ciudad maravillosa en la isla de kyushu, nos recibió durante 24 horas. fue fantástico. habrá que volver.

relatos japoneses, 12. isla llena de budas







miyajima, al sur y muy cerca de hiroshima, es una isla sagrada donde está prohibido nacer o morir, la isla está invadida venados salvajes que de vez en cuando atacan a los turistas o siempre están buscando robarles su comida (o su cámara según el grito de una turista ¿colombiana? que gritó “ahhh mi cámara”).

miyajima es una pequeña isla donde hay una serie de templos, donde hay una tori sagrada que cuando la marea está baja se puede cruzar a pie para recibir las bendiciones, y cuando la marea está alta se puede observar desde la orilla. a miyajima se llega en ferry y el paisaje del mar interior de japón es hermoso, la tori le da la bienvenida a los turistas en el ferry y todos toman la misma fotografía.

ya en la isla, mau y christian (quienes no encontraron a los otros tres viajeros en la estación a la hora y tren acordado) llegaron cuando la marea comenzaba a subir, cuando el mar iba dando pasos hacia la orilla, cuando la tori estaba siendo rodeada por el agua. la tori es enorme e imponente.

recorren los templos, huyen de los venados salvajes, suben a una pagoda y un templo que está ahí desde hace 800 años y desde ahí ven a ehékatl tomando fotos de la tori desde el santuario itsukushima. bajan de la montaña y ya no encuentran a los demás. continúan hacia el último templo, daisho-in, ahí encuentran mil budas. literal. mil budas de cerámica resguardan un camino. en este complejo hay varios templos, pequeños, medianos y grandes. todos dedicados a deidades budistas. en uno de ellos, que se encuentra dentro de una cueva, la sorpresa: cientos de budas iluminados tenuemente. la calma es enorme, la belleza es mayor.

junto a una escultura de kukai, un cangrejo rojo se esconde. la cámara de mau se agota y la pila no da más. en el último templo, un templo budista tibetano, mau y christian se sientan y se mantienen en silencio y en calma. la felicidad es enorme.

bajan a la isla y deciden esperan un momento a que ocurra el atardecer. la vista de la tori es increíble, el mar ocupa toda la playa. el sol se va, mau escribe una serie de versos. la calma. mau vuelve a ocupar la tinta roja:

(el espacio
incontenible de la
memoria: niebla
que avanza

sobre mi rostro, aire
suave rodeado
de luz, la calma de llegar a puerto
estando tan lejos

de casa, la caricia
inmóvil, un anuncio de
lo que

vendrá)

24 octubre, 2008
miyajima, japón


esperan un rato a los otros viajeros, nos vamos. el ferry nos devuelve a la isla, el tren nos regresa a hiroshima. en la estación encontramos okonomiyaki, cerveza y sushi. delicioso y hermoso atún.

en el hostal mau se queda dormido profundamente (después llegan los viajeros, al día siguiente nos separamos, lalo se regresa a tokyo, edurne y ehe quizá van a nara, christian y mau se van a fukuoka), hasta el triste episodio de las chinches asesinas que atacarán a christian a medianoche.

relatos japoneses, 11. hiroshima mon amour







los viajeros viajan hacia el oeste, rumbo a hiroshima.

(pero antes, mau y christian perderían a edurne, ehe y lalo por lanzarse a ver un último templo en kyoto, el templo toji, con la pagoda más alta de japón y con dos mandalas en tercera dimensión que les quitó el aire y el tiempo, tuvieron una conversación con un viejito repitiendo únicamente la palabra “ichi”, bajo la lluvia llegaron a la estación y los demás ya había partido rumbo a himeji, mau y christian buscaron algo de desayunar, los siguieron en el siguiente tren, esperando encontrarlos en el castillo de himeji, pero no fue así, ni los vieron en el castillo ni en la ciudad, tomaron el tren esperando encontrarlos en el hostal de hiroshima pero no fue así)

ya en hiroshima: lloviznaba y había un poco de niebla, tras entender que sólo algunos cajeros automáticos permiten sacar dinero a los extranjeros, mau y christian fueron a caminar a la plaza de la paz y a buscar algo de comer. la primera impresión de esta plaza, entre sus árboles, su triste noche, fue un nudo en la garganta.

el museo, el cenotafio de kenzo tange, la llama de la paz, a lo lejos el domo de la bomba. la cicatriz del mundo ahí, expuesta bajo la lluvia y el frío. ¿cómo fue que esto pudo ocurrir? ¿cómo se acabó la ciudad? ¿por qué? la pregunta que no puede tener respuesta. a la orilla del río unas voces, él canta mirando a la otra orilla, ella le contesta por debajo de un puente, cantan bajo la lluvia. ese momento es la primera imagen de hiroshima.

(la lluvia aumenta, mau y christian buscan dónde comer, aunque van secos gracias a sus paraguas japoneses, encuentran un lugar dónde todo está escrito en japonés y beben cerveza y piden cosas que desconocen, christian dibuja un calamar y explica que lo quiere muerto, caliente y en pedazos, mau recuerda la palabra okonomiyaki mientras christian no logra dibujarlo. regresan al hostal y ya saben que los demás llegaron pero que fueron a la plaza de la paz y a cenar algo también, venían en el tren detrás de ellos)

al día siguiente, mau y christian comienzan un poco más temprano para ver el museo, luego el castillo y se reunirán (se supone) con los otros viajeros para ir a miyajima, la isla sagrada. en el museo verán el horror: la memoria que no se debe borrar, la destrucción de hiroshima, el reloj marcando eternamente las 8:15 a.m., el instante en que la bomba arrasó con la ciudad, dos de las únicas fotografías que se tomaron en la ciudad ese día.

mau frente al reloj pierde el aire, las piernas le tiemblan. mau termina el museo y sale al sol, hiroshima lo impresionó más de lo que había imaginado; observa como llegan cientos de japoneses a orar frente al cenotafio. jóvenes, niños, jubilados, adolescentes, hombres y mujeres, dejan flores, observan la flama, oran un momento, guardan silencio. el cenotafio dice: “descansen en paz, para que este error no se vuelva a repetir”. mau observa a la gente, el sol en el rostro se siente bien.

(y no, nunca encontramos el hotel de “hiroshima mon amour”, pero venir acá valió la pena)

viernes, 14 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 10. lluvia kyotense







todo tiende al equilibrio. el fantástico martes 21 necesitaba de un triste y lluvioso miércoles 22. la suerte no podía ser tanta. amaneció gris, desde muy temprano los cinco viajeros (y, coincidencia curiosa, clara también) dejaron el hostal k’s house para cambiar por una noche al sparkling dolphins, que desde su nombre nos hacía sospechar algo extraño y que parecía una especie de rally o de ejercicio metafísico ya que había que registrarse en un lugar para ir a otro lugar, en fin. ya con las maletas en el sparkling dolphins (que resultó bastante lindo, amplio y cómodo), nos fuimos en metro al festival, al jidai matsuri, o festival de las edades, donde se celebra, según entendimos el paso del tiempo a través de las eras históricas.

llegamos a la esquina que habíamos decidido ocupar para ver el festival, una hora y media previa a la llegada del desfile a ese punto, en el hostal nos habían insistido llegar con muy buen tiempo. parecíamos ser los únicos que esperaban. el pie de mau dolía enormemente.

comenzó a llover.

siguió lloviendo, llegó el desfile. muchos japoneses vestidos con trajes típicos, representando personajes históricos y eras históricas. desfilaron durante dos horas, bajo la lluvia intermitente. llovió y no paró de llover. los desfilantes cada vez se veían más cansados y más mojados. desde un café una viejita veía feliz como pasaban cientos de jóvenes y adultos, parecía ser un ritual muy importante, tristemente no lo logramos entender. de pronto pasó el último desfilante cuando empezaba a llover más y más, detrás de él los coches fueron avanzando. miles de paraguas ocuparon la banqueta. lo único que queríamos era comer, sentarnos, dejar la lluvia atrás.

después de comer la lluvia seguía, la luz del sol ya no. no dejó de llover un buen rato. el dolor del pie era insoportable. mau desistió de seguir en la calle y su mal humor avanzaba peligrosamente, por suerte lalo viaja con medicamentos de todo tipo y le dio una pastilla para el dolor. los viajeros hicieron “botaning” en el hotel, otro deporte extremo en japón y se rieron. pasada la lluvia fueron a la estación de kyoto a tomar un café (mau necio quería un café) y donas japonesas, hablaron de áfrica y de la india, se rieron, observaron las historias románticas de los jóvenes kyotenses a su alrededor (más bien mau que es un metiche incorregible). se fueron a dormir.

al día siguiente se irían de kyoto, se sentía una ligera nostalgia.

relatos japoneses, 9. templo dorado







(el día comienza muy temprano, la luz invade la habitación. todos duermen, incluida clara, británica que odia nuestros ronquidos. christian y mau se bañan y salen temprano, toman el tren, se mueven por kyoto. de desayuno mau compra una enorme rebanada de pan con un huevo per-fec-ta-men-te redondo en él y cuatro pedazos de tocino, se pierden tratando de encontrar la avenida, la encuentran , toman un camión que les acorta el camino, vinieron a esta zona del noroeste de kyoto a ver tres cosas: el pabellón dorado en kinkaku-ji, el jardín de rocas de ryoan-ji y el templo ninna-ji)

afuera de kinkaku-ji hay muchos autobuses. en la entrada se ven multitudes de jóvenes o de jubilados, es un zumbido extraño. parecería que christian y mau son los únicos extranjeros en esa multitud. caminan entre un mar de jubilados y un grupo de chicas de secundaria con peinados extraños, se escucha la grava al caminar. de pronto, ahí está, sin mucho preámbulo, el pabellón dorado, reflejando su imagen en el estanque. mau y christian lo observan, mientras tanto a mau la piel se le eriza, en su i-pod suena cocorosie cantando “animals”, a mau le falta el aire y los ojos se le llenan de lágrimas. ¿es posible tanta belleza? la piel de mau se eriza al punto que se la muestra a christian, quien piensa que o una araña de las verdes ha picado a mau o bien está teniendo una reacción alérgica. mau le dice que no, es simplemente la belleza de ese instante, ese lugar. el pabellón refleja la luz de la mañana, se refleja en la belleza del paisaje, cada árbol, cada islote en el estanque, cada una de las formas que conforman el momento son indispensables, todo está en su lugar. mientras mau está en su momento místico se da cuenta que los cientos de japoneses hacen un ruido tremendo, algo no corresponde, la vista es perfectamente tranquila, ordenada, silenciosa. el sonido es escandaloso, caótico, loco. este es el lugar donde mau dejará su corazón de latón.

se mueven, no hay mucho tiempo y 4 niños abordan a mau quienes lo entrevistan, gran conmoción de los niños al saber que a mau le gusta el sushi, viene de méxico y su deporte favorito es el futbol (ja ja ja, mi hombrecito de la cabeza con trabajos estaba ordenando las ideas después de ver el pabellón y fue poniendo respuestas en lo primero que se le ocurría). de kinkaku-ji bajan el camino andado para llegar hasta el jardín de rocas de ryoan-ji. un jardín zen lleno de turistas y de ruido. una composición misteriosa (¿esas rocas qué dicen? ¿por qué están así? ¿por qué si son quince yo sólo veo catorce?) , el sol ayuda a la contemplación. mau y christian observan, y mientras mau dice que la roca # 15 es la grava que seguramente era una sola roca y que ahora es miles de ellas christian descubre la pequeña roca #15, no hay forma de ver las 15 al mismo tiempo, al menos no desde la vista permitida a los visitantes.

se mueven, no hay mucho tiempo y llegan hasta la puerta y templos del complejo ninna-ji, disfrutan la pagoda, el sonido de la grava al caminar, unas grullas de origami y el ruido de los monjes al caminar. están por irse pero deciden entrar al palacio imperial, a ver que encuentran. el palacio es hermoso, la vista del jardín lo es más: arena, rocas, árboles otoñales, estanque, caída de agua y pagoda. se sientan y observan. la felicidad es grande.

(se mueven, se pierden buscando la estación de tren, llegan al castillo de nijo, escuchan sus pasos rechinar como pájaros, christian se toma fotos con miss suriname, miss nueva zelanda, miss sri lanka, miss bielorrusia, miss líbano y miss noruega, se mueven, llegan al museo del manga, encuentran a ehe, edurne y lalo, disfrutan del pasto artificial, comerán después todos juntos en un bar, beberán sake y festejar a ehe quien cumple años, después mau y christian se regresan en metro, los demás en bicicleta, comerán un pastel delicioso y comprarán un pastel de té verde para ehe, cruzan el río kamo, mucha gente en las calles, mucha vida, luces, olor maravilloso, beberán cerveza los cinco viajeros en el bar del hostal y ehe comerá su rico pastel de té verde, un día hermoso con un pequeño precio: a mau le revientan los pies.)

relatos japoneses, 8. solo en el templo de la rata







a medio trayecto del camino del filósofo, en un cruce, encontramos un símbolo que anunciaba el templo o-toyo (o como mau decidió llamarle, el templo de la rata), del lado derecho una casa de té y tienda de kimonos y yakatas, del lado izquierdo un puente que subía a la montaña y al templo de la rata. christian, edurne, ehe y lalo se fueron a la derecha, mau se fue a la izquierda, pensó “veo rápido el templo y ahora bajo”. subió por el camino que se fue adentrando más y más en la montaña. después de diez minutos de caminar e ir dejando atrás la ciudad y en realidad irse metiendo a la montaña y al bosque, mau encontró las escaleras.

subió, una tori le daba la bienvenida al templo. avanza y se da cuenta que la ciudad está abajo y lejos y que en realidad en ese templo no hay nadie, sólo mau y su sombra. un templo pequeñito, olvidado por los mapas y los turistas. una soledad enorme, un bosque invasor.

mau se detuvo a escuchar el viento entre los árboles, sacó su cámara y grabó el sonido y el movimiento. aire frío de la tarde moviendo el viento. mau pensó “es como si fueran los espíritus del templo”. de pronto el viento más fuerte. mau se da cuenta que quienes no han olvidado el templo son las enormísimas arañas verdes quienes van tejiendo sus redes alrededor. mau empieza a ponerse nervioso. el viento sopla más fuerte.

mau se acerca al templo lateral, donde hay miles de plegarias en tablillas, estas plegarias las custodia la rata sagrada y mau recuerda de súbito un cuento de julio cortázar y la noche en que leyó ese cuento en voz alta hace muchos años. viene más fuerte el viento, las telas de araña se mueven, se acercan a mau.

de pronto mau piensa “¿y si salieran los monstruos que cuidan el templo?”. en eso, tres abejorros enormes (¿por qué los insectos son tan grandes en kyoto? ¿podrían ser mascotas?) se acercan a mau, rondan su cabeza, hacen su ruido. mau sale corriendo, deja atrás el templo, el viento, la rata, los monstruos. asustado y todo mau es feliz. al salir ve unas figuritas en la puerta del templo, el musgo las ha ido invadiendo. mau les sonríe. otra araña verde enorme cerca.

mau piensa “bueno, me voy”… baja de la montaña ya más tranquilo, vuelve al cruce de las calles y ahí siguen los otros cuatro viajeros. mau se sienta y escribe, decide que en kyoto usaría la tinta roja, la que sólo se usa en momentos especiales y escribe:

(otoño)

(¿me hacen falta las
palabras para entender éste
tiempo? ¿estoy mudo bajo
la luz? ¿la espera ha

valido la pena? ¿entiendo por fin
que lo que queda son restos del
otoño? ¿qué otra voz acaricia
el aire? ¿abejas que me invaden la

garganta? ¿tibia saliva? ¿derrota
y calma? ¿estómago rojo? ¿fuegos
artificiales? ¿ternura

húmeda derramada en los labios
y el ombligo? ¿calor? ¿ojos abiertos?
¿insomnio? ¿ruido de dragones quietos?)

20 octubre, 2008
kyoto, japón


(después continuará el “templing” deporte extremo y agotador, hasta que el sol se ponga. tomaremos té verde en un jardín al finalizar el camino del filósofo, veremos más arañas verdes, en la noche beberemos una rica cerveza en el hostal)

relatos japoneses, 7. jardín en kyoto







(del caos urbano de osaka pasamos a la retícula, la calma y el orden de kyoto, por primera vez no nos perdimos para llegar al hostal, dejamos las maletas, fuimos al museo nacional de kyoto, encontramos budas enormes, entramos a un primer templo en la ciudad de donde me robé dos piedras, una para mi y otra para maría y en eso estaba cuando los abejorros del templo me dijeron que no les parecía, comí sopa de elote en lata, luego comeríamos el mejor ramen del mundo y perderíamos a lalo en otro templo bajo la luz del otoño, mau compraría una bebida que era miel con limón, beberíamos cerveza sapporo en el hostal, roncaríamos molestando a la pobre clara, británica compañera del cuarto del hostal, despertaríamos e iríamos al paseo del filósofo, o bien, el “templing”)

el camino del filósofo en kyoto es un paseo que recorre varios templos localizados en las montañas orientales. el recorrido empieza en (o termina en realidad) en ginkaku-ji, el templo de plata. antes del templo hay una serie de tiendas y locales con objetos típicos del otoño (cada temporada son cosas diferentes) que de pronto resultan difíciles de esquivar. mau consiguió evitar las tentaciones antes que los otros cuatro viajeros. fue caminando hasta el final del camino, pagó su entrada, entró al jardín, vio el templo (que descubriríamos que ni es de plata ni está acabado) recubierto de andamios. y de pronto: el jardín.

un jardín lleno de musgo. un jardín en otoño, un lindo jardín. la calma. el musgo creciendo lentamente. la luz del sol poco a poco entre los árboles. la vista de kyoto. la tentación de pisar ese musgo. en eso andaba mau cuando lo encontró christian, luego llegó lalo, se sentaron fuera del jardín a tomar un helado mientras mau dejaba sus pies descalzos al sol.

(había que comenzar a caminar el camino del filósofo, los pies acabarían deshechos, mau entraría al templo de la rata)

jueves, 13 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 6. anochecer en osaka







osaka, los mismos japoneses la consideran la ciudad más fea del país. supongo que tiene que ver con que, desde un punto de vista turístico, cultural o religioso, no hay nada que ver en esa ciudad. es un tanto sucia, la gente es un poco más agresiva, hay más chinos, hay yakuzas (aunque no vimos ninguno de los tatuajes), hay un poco más de desorden, en fin, es una ciudad sin maquillaje, completamente destruida después de la segunda guerra mundial y ocupada por los gringos durante muchos años, es una ciudad sin gracia, parece. (aunque en todos lados dice que la ciudad tiene una vida intensa, que los jóvenes se divierten en osaka, que los grupos de música del mundo siempre tocan ahí, que la gente está más despierta que en ningún otro lado en japón)

aún así, llegar a osaka después de haber pasado por tokyo, nikko y hakone es un primer enfrentamiento con el japón real, el japón fuera de los mapas de turista. en osaka nos perdemos buscando el hotel cápsula (el capsule inn, alias el capsulín), pero en el trayecto encontramos un parque que huele a hierbas de romero. la ciudad no tiene banquetas. encontramos el hotel, edificio de enjambre humano que nos divertirá bastante, cenamos deliciosos ramen de osaka para despedir a la yuyis quien mañana vuelve a méxico.

ya de día y sin equipaje encontramos una serie de ofertas que nos incrementan el volumen y el peso del equipaje considerablemente, visitamos el castillo de osaka que es un edificio bonito en un parque hermoso, vemos un edificio de tadao ando y vemos a un perico que toca la marimba, nos perdemos un rato en la estación de osaka, porque ni edurne ni yo la entendemos, mientras lalo, ehe y chris cantan a nuestras espaldas.

encontramos el mirador del jardín flotante y ahí, desde la ciudad más fea de japón, vemos al sol enrojecido metiéndose al océano. uno de los mejores momentos del viaje. sentir el aire frío en la cara, la ciudad iluminándose poco a poco, el sol dando su lento espectáculo, el cielo cambiando de colores y obscureciendo, todo el mundo tomando fotos, ese momento fugaz termina. en el piso se van encendiendo lucecitas de colores.

esa noche cenaremos delicioso okonomiyaki, que vendría siendo una especie de tortilla española con verduras y mariscos (el mío era de calamar) y beberemos cerveza, volveremos al hotel cápsula donde ya se quedan Adur y ehe pero los pies de los otros tres andan inquietos, así que recorremos algunas calles, la noche le da vida y magia a esta ciudad. luces por doquier, pequeños rincones, símbolos desconocidos iluminando la noche. lalo se rinde y se va al hotel. mau encuentra un puesto para comer fideos udon de pie y lo hace, el cocinero no habla nada de inglés y mau no habla nada de japonés, se entienden y por 450 yenes mau come uno de los mejores platos de fideos de su vida. regresamos a dormir al cápsula.

a la mañana siguiente dejamos osaka, hay que llegar a kyoto, pero antes, en el desayuno, las rebanadas de pan blanco más enormes jamás vistas son disfrutadas por mau.

si, osaka es feita, un tanto hostil. pero si que tiene lo suyo.
(gracias edur y ehe por las fotos que tomé con su cámara que completan esta historia)

miércoles, 12 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 5. hakone, desayuno frente al fuji







(el plan era llegar al monte fuji, subir al menos hasta la quinta estación y luego ir a dormir a hakone. todo salió mal. al llegar en shinkansen a odawara los de informes le informaron a edurne y a christian que estábamos lejos y en el camino equivocado, que si queríamos subir al fuji era por otro lado y en otra ciudad y que para hakone efectivamente el trayecto comenzaba en odawara pero que tendríamos que comprar un pase especial…)

(una japonesa que sabe decir “hasta luego” nos explica que con el pase especial podemos tomar dos opciones para llegar a hakone, una en autobús u otra, que, bromeando, llamamos “hakoning”. la segunda opción, que nos pareció divertida incluía un tren… un tren panorámico… un funicular… un teleférico… un barco… sólo nos faltó el burro… pensamos que no sería muy complicado, concluimos que nos habíamos equivocado, sobre todo por el tema de las maletas que llevábamos cargando… pero nos divertimos bastante)

una vez que el teleférico nos mostró la vista del lago de hakone entendimos el suspiro de la japonesa y su frase de “como me gustaría estar en hakone”. ya a la orilla del lago y esperando la salida del barco, mau compró un café y se sentó a ver el atardecer con lalo y la yuyis, llegó christian. dos hermosos niños japoneses andaban por ahí. salió el barco y a medio trayecto vimos el monte fuji a nuestras espaldas, como una bruma o sombra extraña. llegando al pueblo de moto-hakone se acabó la luz del sol. y comenzó una verdadera odisea.

(no encontramos el guest house en la dirección que indicó el señor de la tienda, otra señora nos buscó hospedaje, de un hotel nos llevaron a la parada del camión para llegar al guest house, un mecánico nos quería explicar que el guest house había cerrado pero que había uno un poco más abajo, una señora detuvo al camión para que nos bajáramos y llegáramos al guest house, la señora del guest house nos regañó por no tener reservación y nos consiguió hospedaje en otro lugar, encontraos el lugar porque un señor se salió de la recepción de su hotel y nos llevó al nuestro. las mujeres en una habitación y los hombres en otra. cenamos rico y bebimos sake. nos bañamos en el onsen. dormimos delicioso. vimos la tele)

al día siguiente, con luz de día descubrimos que estábamos en medio de la montaña, que efectivamente, estaba cambiando de colores. bajamos de la montaña rumbo al pueblo de moto-hakone y decidimos desayunar ahí. y para nuestra sorpresa: el monte fuji, hermoso monte fuji, lago y una hermosa tori frente a nosotros. un desayuno simple, pero la mejor de las vistas.

(en la tori de hakone veremos una escena hermosa, una pareja con su hijita pequeñita se ponen bajo la tori, reciben las vibras y se van… llegan después unos viejitos y su hija como de 50, y hacen lo mismo. el tiempo pasa)

relatos japoneses, 4. otoño en nikko







uno de los pretextos de cruzar el pacífico era ver los árboles del otoño en japón. en realidad no era un pretexto sino uno de mis motivos centrales. era hora de saber cómo es el otoño.

llegar a nikko, al noreste de tokyo fue toda una odisea. confundidos en la estación de ikebukuro el día anterior perdimos el último tren. lalo desistió intentarlo otra vez. tomamos el tren equivocado los cinco viajeros, pero el controlador de boletos muy lindo y amable nos pidió que nos bajáramos en la siguiente estación y tomáramos el shinkansen (¡o tren bala!), en fin, en la ciudad de utsonomiya tomamos otro tren que nos llevó hasta nikko, un trayecto amenizado por un par de australianos que se divertían cantando fragmentos de la “crítica de la razón pura” de kant. al bajar del tren en nikko, nos recibió el otoño. unas hojas rojas frente a la estación de trenes. realmente los árboles toman esos colores.

en nikko se sintió el frío, la niebla, el bosque, en fin el otoño. los templos hermosos y llenos de luz, sombras, figuras hermosas en la madera. un gato dormido, escaleras interminables, el aire cada vez más frío. el sol se va. de regreso, apenas tomamos el tren. en utsonomiya compramos cajas de bentō para comer en el tren, mi cajita, todo rico, la cajita de yuyis, una parte muy bien, la otra: lo más repugnante que he probado en la vida (es más, insisto con mi ejemplo, hubiera preferido beber leche pasada…).

de regreso en tokyo visitamos la torre de tokyo, lalo no apareció hasta el ryokan.

de regreso al ryokan, ehe, edurne y mau fueron a beber sake al bar de j’s, justo cruzando la calle. el barman y los dos japoneses con los que hablamos (ehe, al segundo sake era casi trilingüe ja ja) nos hicieron disfrutar más esos vasitos de sake frío, corroboraron el itinerario y nos hicieron sentir en casa, al día siguiente dejábamos tokyo, el rumbo era hakone, teníamos como zanahoria el tono de voz de los tres japoneses del bar cuando dijimos “vamos a hakone” y ellos comentaron, entre ellos y en japonés, con mucha felicidad que era un lugar hermoso, que la gente iba a ver cómo cambian los colores de la montaña. la japonesa suspiró y según nosotros dijo “como me gustaría estar en hakone”.

martes, 11 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 3. shibuya y yokohama de noche







durante el día japón es un lugar extraño pero visualmente es ordenado y normal. de noche las cosas cambian, el otro mundo se abre y comienza: se va el sol pero la noche se va llenando de luces, letreros luminosos, edificios que muestran otro rostro. resulta que japón está hecho para vivirse de día y también durante la noche. de noche las calles se llenan, los hombres de negocios comienzan a aflojar los nudos de las corbatas conforme aumenta el olor a cerveza, whiskey y sake, en la noche hay un poco menos de silencio, no ruido, eso no.

en shibuya, barrio al oeste de tokio, la noche es el aviso de que la vida comienza. la gente está en las calles, cientos van y vienen, compran, platican, están. la calle es un escaparate de rostros, de formas de vestir, formas de caminar. en shibuya está el mágico fenómeno del sukuranburu-kōsaten, es decir, del cruce peatonal multitudinario frente a la estación de trenes, por la salida de hachikō. la magia comienza cuando los autos avanzan sobre las distintas avenidas. en las esquinas van llegando poco a poco cientos y cientos de personas, todos esperan. pasa el último auto, la luz verde para los peatones se enciende y somos miles cruzando en todas direcciones, miles de personas ocupamos el cruce de las avenidas durante un minuto, se escuchan los semáforos, van indicando que el tiempo se acaba, unos corren, otros prefieren detenerse, otros tomamos fotos. pasan unos últimos y vuelven los autos. en cada una de las cinco esquinas van acumulándose japoneses y curiosos, hasta la próxima oleada de gente. cruzar ahí es casi místico y obligatorio.

en yokohama, ciudad al oeste de tokio, parte de la mancha metropolitana, la noche significa volver a casa, tomar el tren de vuelta a la ciudad, abandonar los edificios de oficinas e irse. cuando llega la noche se enciende la bahía, con su rueda de la fortuna (o noria) haciendo sus juegos de colores. aquí fue la primera vez que el grupo se separó, no se sabe aún cómo ni cuando, pero al salir de la estación y comentar sobre lo hermosa que era la vista y preguntarnos cómo llegaríamos a la noria, quedamos separados en dos. christian y mau, después de buscar y esperar un rato bajo la lluvia siguieron su camino. entraron a landmark tower y subieron al elevador más veloz del mundo. una japonesa vestida de rosa y blanco, con sombrero, nos recibió y algo nos explicó (en japonés) sobre dicho elevador, la velocidad, la altura y demás en lo que veíamos como el velocímetro cada vez iba más y más rápido. al llegar arriba: una vista increíble, la bahía, los colores de la noria. una vez arriba, sólo quedaba bajar.

en el tren de regreso a tokio, christian y mau hablaron sobre lo extraño que resulta pensar que en este mundo hay millones de personas que no conocemos ni conoceremos jamás, como esos dos viejitos frente a nosotros, que nos observaban y hablaban, quizá de nosotros, quizá del clima. En el ryokan, por suerte, todos los viajeros nos volvimos a encontrar.

de noche, otro mundo se asoma al otro mundo. y la luz es más que suficiente.

lunes, 10 de noviembre de 2008

relatos japoneses, 2. primeros contactos







esto es partir de cero, uno es analfabeta y mudo, torpe e incapaz de comunicarse. compras un café y no entiendes ni una sola palabra de lo que te está diciendo el cajero. solo sonríe y dí gracias. ja ja ja. de día es otro mundo, en la noche era claro que era otro lugar, pero la luz mostró el rostro del barrio, el ryokan está en asakusa, al este de tokyo. las cosas son diferentes, las texturas son otras. los dulces son hermosos y parecen de vidrio. las vitrinas muestran comida de plástico y entiendo porqué wenders le dedica tanto tiempo al tema en su película “tokyo-ga” (que por cierto, habré de volver a ver, espero no dormirme esta vez). los carros van al revés, las bicicletas ocupan la banqueta. niños de 5 años van solos a la escuela. uno se mueve en tren dentro de la ciudad.

los sabores sorpresa comienzan a rodear el día, esto es un dulce pero es salado, esto parece salado pero es dulce, esto es azul, ¿esto se come?, esta lata salió caliente de la máquina. sonidos que no son cotidianos. la voz de unos actores niños de kabuki. un templo lleno de gente, incienso y agua. no somos de aquí, nos entrevista un grupo de seis japoneses. buscamos nuestros papelitos de la suerte, dos de los viajeros son condenados a la mala fortuna (je je y están casados), tres de nosotros tendremos una suertecita “normal”, sólo uno de los viajeros se le augura una suerte estupenda, aunque se lastimó el cuello por dormir en el tatami. las cámaras digitales y los aparatos electrónicos son muy baratos, no entiendo nada. en el barrio de akihabara me regalan un paquete de pañuelos deshechables. una librería donde no entiendo el alfabeto, ¿cuáles de éstos serán los libros de mishima, de murakami, de abe? el pasillo de manga para mujeres es de un color rosa brillante. tomamos el elevador a un sexto piso, comemos infinitamente, tratamos de pedir la cuenta pero llega más comida.

el primer día en japón se acaba, no hemos entendido mayormente nada. pero uno se siente a gusto aquí.